Margarita... está linda la mar,
y el viento lleva esencia sutil de azahar;
yo siento en el alma una alondra cantar tu acento:
Margarita, te voy a contar un cuento...
Este era un rey que tenía un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día y un rebaño de elefantes.
Un kiosko de malaquita, un gran manto de tisú,
y una gentil princesita tan bonita, Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla decorar un prendedor,
con un verso y una perla y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas, cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba, por la luna y más allá;
(más lo malo es que ella iba sin permiso del papá).
Cuando estuvo ya de vuelta de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho? Te he buscado y no te hallé;
¿y qué tienes en el pecho que encendido se te ve?».
La princesa no mentía. Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía a la azul inmensidad».
Y el rey clama: «¿No te he dicho que el azul no hay que tocar?
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!... El Señor se va a enojar».
Y ella dice: «No hubo intento; yo me fui no sé por qué.
Por las olas o en el viento, fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado: «Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado vas ahora a devolver».
La princesa se entristece por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: «En mis campiñas esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes, y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes a la orilla de la mar.
La princesita está bella, pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella, verso, perla, pluma y flor.
(Rubén Darío, poeta nicaraguense)