
Te despiertas al alba
con la luna pegada a las pupilas.
Te bajas de la cama
y caminas las frías baldosas de la casa.
Sales a refrescarte las mejillas
con agua de vertiente clara
y te quedas, absorta,
mirando los azules cerros
de tu pueblo.
Frente al espejo de mimbre
desenredas tu melena alborotada.
Te calzas las sandalias del verano
y enfrentas el día con la canción
que te enseñó Miguel...
Te recuerdo, Amanda,
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha,
la lluvia en el pelo.
No importaba nada,
¡ibas a encontrarte con él!
Eres María...
la que viste la mesa
con mantel de lino blanco.
La que ofrece a los suyos
el pan tibio, amasado.
María...
la que corre al mercado
a buscar los mandados.
La que pela la fruta,
la que cuece duraznos.
Que cocina frijoles,
que adereza los nabos.
La que lava y que plancha.
¡La que cree en milagros!
(Chari, 3 de enero, 1989. Copyright © Library of Congress)
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